Es
difícil creer que acabo de cumplir un año en Chile trabajando como laica
misionera para la Congregación de Santa Cruz. Los meses se han volado, mientras me he
encontrado más y más integrada y comprometida con mi vida y ministerio, acá en
Chile. Las amistades se han
profundizado, las responsabilidades se han multiplicado, y como todos que
trabajan por la Iglesia, entienden demasiado bien lo que digo; los eventos,
proyectos, metas y quehaceres diarios que nunca terminan. Así es que, entre otras cosas, mi experiencia
como OLM de Santa Cruz en Chile ha sido un curso intensivo para entender lo que
decía Jesús a sus discípulos en el evangelio de Mateo: “La mies es mucha y
pocos los obreros” (Mt 9,37) La ironía
es que, dentro de ese desafío tan grande, también he descubierto esa belleza y
ese gozo profundo, que da la motivación para seguir trabajando por la Iglesia,
especialmente, junto a ésta familia religiosa, que he conocido en Santa Cruz,
aquí en Chile.
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Me da un
poquito de risa pensar en mis primeros meses en Santiago. ¡Nunca
en mi vida había conocido a tanta gente!
Me acuerdo de mi primer día trabajando en el Colegio Nuestra Señora de
Andacollo. Justo me tocó una jornada pastoral de tercero medio. ¡Pasé el día intentando recordar a un montón de
nombres y caras nuevas; participar en dinámicas desconocidas, entender lo que
estaba pasando en los varios momentos de la jornada, y no mostrarme totalmente
perdida! Era una sensación de sentir, y
a la misma vez, una mezcla de confusión, alegría, vulnerabilidad, curiosidad,
nervios, motivación, y agradecimiento.
Es una sensación que me ha tocado vivir varias veces, trabajando en mi
primera Fonda en el Colegio, cantando un Salmo en castellano por primera vez
frente a toda la gente en la parroquia, descubriendo las mejores maneras de
enseñar inglés a
alumnos de la básica, participando en el Rosario del Alba durante el mes de
María, y lo más impactante de todo, mi primera vez viajando a misiones con los
alumnos del Colegio Nuestra Señora de Andacollo.
Confieso
honestamente que la gente que he conocido acá, me ha hecho sentir muy pequeña
como laica misionera porque, por lo más que he intentado dar y entregar, he
recibido tanto de los que he conocido en la parroquia, en el barrio, en el
colegio, en la Congregación, y durante misiones—una hospitalidad y un cariño
impresionante, que es característico de la gente chilena. Me acuerdo de una visita a casa durante
misiones cuando conocí a una abuela humilde que me ofreció a comer el único pan
que había en su casa. Ella tuvo los
dedos torcidos por cortar leña por tantos años.
Me acuerdo pensando, “¿que
puedo decir como “misionera” a esta mujer que ha conocido a gran sacrificio, el
trabajo duro, y la entrega total todos los días de su vida. Una mujer que da la
bienvenida a extranjeros a su casa, dándoles todo lo que tiene y dando de su
propia necesidad. Ella era la viuda pobre del evangelio de Marcos, la que dio
las únicas monedas que tuvo, mientras los demás solamente daban de lo que les sobraba.
Quizás, yo la podría haber dado un oído para
escuchar o unas palabras positivas, pero más que nada, estaba llamada a recibir
de su vida. Es un ejemplo pequeño, de una
lección grande que he aprendido durante mi tiempo en Chile, que muchas veces
nosotros, como discípulos, estamos llamados a reconocer los regalos, los dones,
y los talentos de otros, y ayudarles a realizar dichos regalos, teniendo como única
entrega, nuestras manos y nuestros corazones abiertos para recibirles.
Seguramente,
ha sido un tiempo de riqueza, y siento que he cambiado y crecido de muchas
maneras. Trabajando por la Congregación
en Chile, he aprendido que, está bien dejar que Dios y personas te afecten, te desafíen,
te abran los ojos a realidades distintas, y te hagan vivir pequeñas transformaciones. A veces, cuesta, y me han tocado momentos
complicados y dolorosos, en medio de los altibajos de estar lejos de familia,
amigos, y mi propia cultura y tierra.
Momentos difíciles que te hacen cuestionar y dudar, y que, al final, se
entretejen para formar una gran lección de como confiar en el amor de Dios y el
camino que tiene pensado para cada uno de nosotros. Creo que si pudiera
sintetizar todo lo aprendido durante este año, diría que la experiencia de
trabajar como laica es un gran camino de descubrir como decir “si” a Dios a
través de pequeñas acciones todos los días; en las múltiples conversaciones con
alumnos, colegas, vecinos, y desconocidos en la calle, en las oportunidades
infinitas de ser más paciente y compasiva frente al otro, estar abierta a aceptar
responsabilidades que me sacan de la comodidad y seguridad, y en aceptar
humillaciones y momentos vergonzosos con una sonrisa. Ese desafío de decir muchos “si’” chiquititos
a Dios, es lo que me han enseñando los alumnos, mis compañeros de casa, mis
hermanos de la Congregación de Santa Cruz, y tantas personas que he conocido
durante este año en Chile. Y espero, y
confío que, con el conjunto de “si’” chiquititos que decimos todos los días,
Dios pueda hacer algo grande y bonito en la misión de Santa Cruz en Chile.
Bridget
Mullins
OLM/Chile
Colegio
Nuestra Señora de Andacollo